lunes, 14 de abril de 2014

Vaginas y narices de laboratorio

  • Médicos logran reconstruir la nariz de cinco personas con cáncer de piel

  • El grupo de Anthony Atala muestra que es posible crear vaginas en el laboratorio

Hace apenas tres décadas, la posibilidad de generar órganos a la carta en el laboratorio era una quimera. Sin embargo, los avances en ingeniería tisular han hecho que ese sueño esté cada vez más cerca de los pacientes. Dos investigaciones publicadas este viernes en la revista The Lancet dan cuenta del potencial de esta técnica en el campo de la cirugía reconstructiva y los trasplantes.
La primera de ellas, liderada por Ivan Martin, de la Universidad de Basilea (Suiza) ha conseguido reconstruir la aleta de la nariz de cinco pacientes aquejados de un cáncer de piel en la zona.
Después de realizarles una biopsia del cartílago de su tabique nasal, los científicos cultivaron las células obtenidas -condrocitos- y, acto seguido, las plantaron en una matriz de colágeno en la que se formó un tejido de cartílago perfectamente compatible con la lesión causada por la cirugía.
De hecho, el implante se realizó en la misma intervención en la que se les había retirado el tejido dañado por el cáncer.
Tras un año de seguimiento, los investigadores comprobaron que tanto la funcionalidad de su nariz como su aspecto estético habían cumplido con las mejores expectativas.
Hasta ahora, lo habitual en estos casos es que los cirujanos tomen parte del cartílago presente en otras zonas del cuerpo -como las orejas- y con él reconstruyan el tejido perdido. Esta técnica, sin embargo, no está exenta de complicaciones y exige realizar otra cirugía a los pacientes.
Uno de los participantes muestra su nariz un año después del...
La otra investigación, cuyo principal firmante es Anthony Atala, todo un pionero en la ingeniería tisular, muestra que es posible crear vaginas en el laboratorio e implantarlas con éxito en el organismo.
El estudio ha hecho un seguimiento a cuatro mujeres que nacieron sin vagina -padecían una enfermedad llamada síndrome Mayer-Rokitansky-Küster-Hauser- y que, gracias al implante, han conseguido llevar una vida sexual normal.
Mediante un procedimiento similar al anterior, el equipo de Atala tomó células epiteliales y musculares de la vulva de las jóvenes (en el momento de la intervención tenían ente 13 y 18 años) y las cultivó para multiplicar su número. Después, las colocó en matrices biodegradables de origen porcino, con lo que obtuvo una estructura tridimensional con forma de vagina que se implantó a las pacientes.
Durante una media de ocho años, los investigadores siguieron la evolución de las jóvenes y evaluaron el estado del tejido, su funcionalidad y su integración con el resto del organismo. Además, mediante un cuestionario sobre su vida sexual, midieron su grado de satisfacción con el nuevo órgano.
Los resultados mostraron que tanto la estructura, como la funcionalidad del órgano eran perfectamente normales. Las pacientes, de hecho, manifestaron no tener ningún problema en sus relaciones sexuales -tanto la lubricación, como la satisfacción o los orgasmos eran normales-.