El fenómeno de los 'Sugar Daddies', hombres que engatusan con regalos a adolescentes pobres para mantener relaciones sexuales, pone en alerta a las autoridades sudafricanas
Cindi es hoy una mujer de 27 años y arrastra una historia dramática, demasiado común en Sudáfrica. Con 16 se quedó embarazada de un hombre de 40 “de familia acomodada” que la acompañaba en el camino de la escuela a casa y le obsequiaba con pequeñas cantidades de dinero.
Poca cosa, admite, pero suficiente como para que la adolescente se comprara productos que su paupérrima familia no podía costearle. Ese pretendiente se desentendió de la criatura y la chica tuvo que espabilarse por su cuenta. Ahora vive en una casa con otros 18 parientes, acaba de tener un segundo hijo y sobrevive con los 50 euros que el Gobierno le otorga por cada menor, la pensión de sus abuelos, el sueldo por unas horas de limpiadora y con un “dinerillo” que le pasa el padre de la última criatura. Del otro novio nunca más se supo. “Seguro que ahora está con otras”, dice riendo sin soltar el teléfono móvil blanco que le paga su actual pareja.
Hay miles de chicas en Sudáfrica que, como Cindi, tienen un sugar daddy (en traducción literal, papi del azúcar), hombres que superan la trentena, con un poder económico y social superior a la media del área en la que viven y que salen con adolescentes –a veces casi niñas– de un nivel muy inferior. El retrato que hace Mickey Chopra, responsable del Consejo de Investigación Médica de Sudáfrica, añade que cada vez que hay una relación sexual, el presunto novio acaba entregando pequeñas cantidades de dinero o regalos. Nada del otro mundo. Ellas provienen de familias pobres, por lo que poco es mucho y la ayuda deldaddy les sirve para pagar comida, el saldo del móvil, productos de higiene, maquillaje, el transporte o material escolar.
El Gobierno culpa a los 'sugar dadies' de la expansión del sida en el país
En muchos casos, las chicas son tan pobres que sus familias no tienen ni para pagarles las compresas y “usan periódicos, hojas de árboles, telas, lo que encuentran”, asevera Mary Mlambo. Harta de historias desgraciadas, montó en febrero Lungelo Youth Development, una pequeña organización situada en Mzingazi, una aldea en el noreste sudafricano sembrada de palmeras que esconde un elevado fracaso escolar, chabolas sin agua corriente, calles sin asfalto ni alumbrado y decenas de menores vagabundeando sin nada en qué ocupar su tiempo.
El objetivo, explica, es que las niñas y las adolescentes “aprendan a quererse y hacerse respetar” porque a su alrededor “carecen de buenos modelos que imitar” y “acaban por entregarse a cualquier hombre con coche o que las lleve al bar de la esquina, no necesitan nada extraordinario para sentirse como unas princesas” porque en sus casas sólo encuentran “miseria”.
El fenómeno de los sugar daddies tiene tales proporciones en Sudáfrica, sobre todo entre negras y mulatas pobres, que el ministro de Sanidad, Aaron Motsoaledy, alerta de que estos tipos están “destrozando” la juventud, ya no sólo por el daño moral que causan. El vicepresidente del Gobierno sudafricano, Kgalema Motlanthe, los señala como los culpables de la expansión imparable del VIH porque engatusan a esas niñas e imponen sexo sin preservativo. La acusación se refleja en un reciente estudio que cifra que un 28% de las estudiantes de secundaria están infectadas, por solo el 4% de los chicos.
Se calcula que en tres meses, esos hombres maduros pueden mantener sexo con hasta seis chicas diferentes