miércoles, 21 de mayo de 2014

El sótano de los horrores de la Universidad Complutense

  • 250 cadáveres donados a la ciencia se hacinan sin control en la Facultad de Medicina

  • Tras su uso en clase, llevan siete años acumulándose sin que hayan sido incinerados

  • El director del Departamento dice que no tiene medios para gestionar los cuerpos

  • 'El funcionario del horno crematorio se jubiló y aún no hemos podido sustituirle'

Atención: este texto, al igual que las imágenes, puede herir seriamente su sensibilidad. Como lo pueden hacer esos cuerpos y miembros apilados, despedazados, desastrados, mantenidos a temperatura ambiente, en un escenario de película de terror, como el de la serie The walking dead. Cadáveres donados a la ciencia y ahora en condiciones insalubres y peligrosas.
Se calcula que son hasta 250. Muchos más de los que caben en el lugar. Aunque por las fotos lo parezca, esto no es Auschwitz en 1942. Ni Srebreniça, el horror de la antigua Yugoslavia en los años 90. Tampoco Ruanda y los hutus contra los tutsis. Lo que muestran estas imágenes es una ingente pila de cadáveres, que se agolpan corruptos y en malas condiciones, nada menos que en Europa, España, Madrid. ¿Dónde? En la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense. Concretamente, en el departamento de Anatomía y Embriología Humana II.
No son restos de ninguna masacre, sino vestigios humanos de personas fallecidas, que donaron sus cuerpos a la ciencia de forma altruista... Y terminaron desperdigados en un sótano cuya capacidad hace mucho que quedó rebasada, mezclados con otros restos, anónimos y sin identificación alguna, en una macabra atmósfera imposible de describir.

El 'secadero'

Los cadáveres, como comprobó este diario, se reparten en varias estancias. En el peor de los casos, el del llamado «secadero», sólo están separados del resto del departamento de Anatomía por una puerta de cristal esmerilado, junto a pasillos y habitaciones oscuras en las que se apilan muebles, polvo y telarañas.
Esta cámara de los horrores, en la que decenas y decenas de cuerpos parecen momificados, es rectangular, mide unos 25-30 metros cuadrados y está surcada por un pequeño corredor central que une la puerta con una ventana alta, sucia e inalcanzable, permanentemente cerrada.
A ambos lados del corredor están las tinas de formol, una especie de inmensas bañeras alicatadas y tapadas con planchas metálicas, en las que quizá haya más muertos, pero es imposible saberlo: para abrirlas habría que retirar una montaña de cadáveres.
En el centro del pequeño corredor, unos pies negros unidos a unas piernas marrón oscuro se apoyan sobre la tapa de un cubo de basura. Una mano de no se sabe qué esqueleto agarra los pelos canosos y rizados de una calavera, y una camilla metálica tiene sobre ella dos cuerpos tumbados, que de no ser porque estamos en Madrid, podrían haber pertenecido a dos faraones egipcios recién sacados de sus sepulcros. También hay piernas sueltas, troncos sin cabeza y caras hinchadas que están perdiendo sus facciones, esperando al crematorio.

Olor a muerte

Y luego está el olor. El horrible aroma de la muerte, que se mezcla con años y años de soluciones de formol inyectadas en dosis de 20 litros a cada voluntario que donó su cuerpo. Un ambiente que ataca al visitante como un vapor venenoso, quemando la garganta al respirar, como comprobaron los redactores.
Los vapores abrasan al respirar, y ahogan un ambiente insalubre en el que según los sindicatos flotan bacterias y virus, donde los trabajadores tienen que acudir a diario. Apenas unas 20 personas tienen acceso a estos sótanos del departamento, aunque en realidad cualquier estudiante curioso puede colarse a verlo: las prácticas se hacen en el piso de arriba, nada impide bajar al sótano del horror y no sería la primera vez que un bedel encuentra a algún curioso vagando, guiado por el morbo.