El hallazgo esta semana de un planeta rocoso como el nuestro, con un tamaño y una masa casi idénticos, pudo hacernos soñar por un instante con haber encontrado por fin un«gemelo de la Tierra» a unos 700 años luz, en la constelación del Cisne, pero nuestro anhelos se consumen en llamas, literalmente. En efecto, Kepler-78b se asemeja a nuestro mundo en todos esos aspectos, pero tiene una peculiaridad que asombra a los científicos y que lo hace completamente distinto. Orbita su estrella excesivamente cerca, tanto que su año solo dura 8,5 horas. Se mueve a la velocidad del rayo en comparación con nuestros pausados 365 días. El calor en su superficie es insoportable yno puede albergar vida.
Kepler-78b tiene un diámetro de unos 14.800 kilómetros, un 20% más que la Tierra, y pesa casi el doble. Como resultado, tiene una densidad similar a la de nuestro planeta, lo que sugiere que su composición es muy parecida, de hierro y roca.
Pero los astrónomos creen que este planeta no debería existir. Gira alrededor de su estrella a una distancia que ronda el millón y medio de kilómetros (nuestra distancia al Sol es de 149.600.000 kilómetros), una de las órbitas más estrechas conocidas. Según las teorías actuales de formación planetaria, ni podría haberse formado tan cerca de su estrella ni haberse movido hasta allí.
Kepler-78b es, además, un mundo condenado. Las fuerzas de marea empujarán el planeta cada vez más cerca de su estrella anfitriona. Llegará un momento en que la gravedad de la estrella será insoportable y este mundo desaparecerá. Los astrónomos predicen que ocurrirá dentro de 3.000 millones de años. Nuestro sistema solar podría haber tenido un planeta como Kepler-78b en el pasado. En ese caso, el planeta habría sido destruido hace mucho tiempo sin dejar rastro alguno.